miércoles, 30 de marzo de 2011

JERUSALÉN. PABLO VISITA A SANTIAGO Y SE PURIFICA EN EL TEMPLO. Hch 21,15-26.

     15 Pasados aquellos días y acabados los preparativos, emprendimos la subida a la ciudad de Jerusalén.
16 Vinieron también con nosotros algunos discípulos de Cesarea para conducirnos a casa de un tal Mnasón, natural de Chipre, discípulo de la primera época, donde íbamos a alojarnos.
17 Cuando llegamos a la ciudad de Jerusalén, los hermanos nos recibieron gustosos.
                18 Al día siguiente, Pablo, con nosotros, entró en casa de Santiago, donde estaban también todos los responsables.
19 Los saludó y se puso a contarles punto por punto lo que Dios había hecho entre los paganos a través de su labor.
20 Al oírlo, alababan a Dios, al tiempo que le decían:
              - Ya ves, hermano, cuántos millares y millares de creyentes hay entre los judíos, pero todos siguen siendo fervientes partidarios de la Ley.
21 Por otra parte, han sido informados acerca de ti de que a todos los judíos que viven entre paganos les enseñas a renegar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni observen las tradiciones.
22 ¿Qué hacemos, pues? En todo caso, se van a enterar de que has llegado.
23 Por eso, sigue nuestro consejo, tenemos aquí cuatro hombres que se han comprometido a cumplir un voto;
24 llévatelos contigo, purifícate con ellos y costéales tú el afeitado de cabeza; así sabrán todos que los informes acerca de ti no tienen fundamento, sino que también tú te comportas rectamente observando la Ley.
25 Por lo que toca a los paganos que se han hecho creyentes, nosotros les comunicamos por escrito lo que habíamos decidido: que se guarden de comer la carne sacrificada a los ídolos, así como sangre o animales estrangulados y de contraer uniones ilegales.
                26 Entonces Pablo se llevó a aquellos hombres y al día siguiente entró en el templo para purificarse con ellos, avisando cuándo se terminaban los días de la purificación y tocaba ofrecer la oblación por cada uno.

EXPLICACIÓN.

15 - 26.    Subida de Pablo, acompañado de los "nosotros", a la ciudad de Jerusalén (en sentido neutro: el grupo ideal no tiene propósito definido) (15) y de algunos discípulos de Cesarea (16a); en paralelo con la de Jesús (cf. Lc 18,31.39a.43a; 19,28). Etapa intermedia en casa de Mnasón, representante de las comunidades de la primera época (16b; cf. Lc 19,2.6, donde Jesús interrumpe la subida a Jerusalén para detenerse en casa de Zaqueo).

              Acogida en Jerusalén por parte de la comunidad de hermanos (17), en paralelo también con la acogida que le tributaron a Jesús los discípulos (cf. Lc 19,37s). En el preciso momento en que Pablo entra, acompañado de los "nosotros", a visitar a Santiago, y con él a los responsables, representantes de la comunidad oficial (cf. 12,17), los "nosotros" abandonan la escena (18); no volverán a presentarse hasta que Pablo no se embarque para ir a Roma (27,1). Durante todas las peripecias en Jerusalén y Cesarea, Pablo estará solo; no se hará tampoco mención alguna del Espíritu Santo; sólo en el momento decisivo se le aparecerá el Señor (23,11).

            Pablo cuenta a la iglesia oficial lo que Dios ha hecho por su labor entre los paganos (19, cf. 15,12). La reacción es ambivalente: alaban a Dios (20a, cf. 11,18), sin convicción alguna, al tiempo que le dan un segundo aviso (20b). Una vez más, Lc ha redactado en forma de estructura concéntrica la recriminación y los consejos de los responsables de la iglesia de Jerusalén: en el centro dejará entrever la grave amenaza que se cierne sobre Pablo (v.22b).

            Abre y cierra la estructura una alusión a los creyentes; a los que proceden del judaísmo (20c) / a los que han venido del paganismo, asimilados por resolución del concilio de Jerusalén al pueblo de Israel (25, cf. 15.20). Siguen, a un lado y otro, la constatación de que todos los judeocreyentes son fanáticos observantes de la Ley (20d / la previsible exculpación de Pablo, si se demuestra que también él es fiel observante de la Ley (24c).

           La constatación obedece a los rumores que circulaban sobre la enseñanza de Pablo a los judíos de la diáspora, invitándolos a renegar de Moisés (21a) / la exculpación haría desvanecer los rumores (24b). Dos son los cargos de que se le acusa: no hace circuncidar a los hijos ni observar las tradiciones patrias (21b) / en descargo suyo lo invitan a purificarse en el templo y a sufragar con fondos de la colecta el costoso ritual de purificación de los cuatro miembros de la comunidad que han hecho voto de Nazireato (24a).

          Inmediatamente antes de la amenaza central (22b) se formula una deliberación (22a: "¿Qué hacemos, pues?"); después de ella, una resolución (23a: "Sigue, pues, nuestro consejo"). La amenaza central es muy ladina: "En todo caso, tendrá que reunirse la asamblea, todavía en la rec. occ.: "En todo caso, tendrá que reunirse la asamblea, pues se van, etc." Si Pablo hace caso omiso de la recriminación y de sus consejos tendrá que vérselas con sus connacionales fanáticos, o peor todavía, deberá someterse a un nuevo concilio, sin poder contar ya con la presencia de los apóstoles ni de Pedro, pues ahora "todos son fervientes partidarios de la Ley" (20, en contraste con 15,10).

          Le piden que renuncie a su convicción sobre la inutilidad e impotencia de la Ley (cf. 13,38s), que Pedro hizo suya en el concilio de Jerusalén (15,10s), y que demuestra su estricta observancia como buen judío. Para ellos la cuestión de los paganos ya quedó zanjada con lo acordado en el concilio (cf. 15,19.28s). Siguen convencidos de la primacía de Israel sobre los demás pueblos.

         Con una afirmación sobre la Ley (20: "cuántos millares y millares de creyentes... fervientes partidarios de la Ley") y con la mención de un hecho simbólico (23b: "tenemos aquí cuatro hombres que se han comprometido a cumplir un voto"), Lc establece un neto contraste entre la comunidad judeocreyente de Jerusalén, presidida por Santiago, y la comunidad paganocristiana de Cesarea, reunida en torno al evangelista Felipe, descrita ésta con la mención de otro hecho simbólico ("tenía cuatro hijas vírgenes") y con una afirmación sobre el Espíritu ("con el don de profecía").

         Ley y profecía son incompatibles: la totalidad (cuatro) de los miembros de la iglesia oficial de Jerusalén es intransigente respecto a las tradiciones patrias; la totalidad (cuatro) de los de la comunidad de Cesarea es fiel al Espíritu Santo. No se debe identificar a esta iglesia de Jerusalén con la comunidad de hermanos que recibieron gustosos a Pablo y los "nosotros" al llegar a "la ciudad de Jerusalén" (17: gr. Hierosoluma: comp. 12,12 con 12,17).

        Por la forma como ha sido construida la recriminación, con la contraposición entre los judeocreyentes y los paganocreyentes al principio y al final del discurso, aparece claramente que lo que aquí se ventila no es la causa de los paganos creyentes, cuya mención constituye un mero apéndice al cuerpo de la recriminación (25: "Por lo que toca a los paganos que se han hecho creyentes, nosotros les comunicamos por escrito..."; la rec. occ. lo dice sin ambages: "Por lo que toca a los paganos que se han hecho creyentes no tienen nada que decirte, pues nosotros, etc."), sino la tesis de los judíos creyentes: que todos los judíos sin excepción -creyentes o no- están obligados a observar la Ley de Moisés.

        Pablo se somete sin más (26). No se ha valorado suficientemente el alcance de la claudicación de Pablo ante la presión de que ha sido objeto por parte de los dirigentes de la iglesia de Jerusalén. En descargo de Pablo podría aducirse el célebre principio paulino de la condescendencia (1 Cor 9,19-23). Con el fin de ganarse a los judíos para la causa del Mesías, Pablo condesciende una vez más a someterse a las prácticas rituales de la Ley, aunque sin atribuirles valor salvífico. Los resultados dirán si esta táctica era o no equivocada.

         De momento, el fanatismo de la iglesia de Jerusalén, lejos de desvanecerse, ha alcanzado su cenit; Pablo ha intervenido parte de la colecta de los paganocristianos para costear ritos vacíos de sentido de los judeocreyentes. La celebración de la fiesta de Pentecostés, con la entrega de la colecta, que tanto él deseaba (cf. 20,16), se ha convertido en una prolongada y costosísima observancia cultual en el templo.             

2 comentarios:

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