viernes, 4 de febrero de 2011

INTRODUCCIÓN.

El libro de los Hechos no es una obra aislada, sino la continuación del Evangelio de Lucas, su segunda parte (Hch 1,1). Con propiedad debería hablarse de "La doble obra lucana" y, en consecuencia, Hechos debería editarse a renglón seguido del Evangelio, sin solución de continuidad. Su colocación intermedia entre los evangelios y las cartas, tanto en las ediciones antiguas como modernas, revela que desde tiempos muy remotos no se ha comprendido que su género literario era exactamente el mismo que el del Evangelio, por haberlo considerado sin más como un libro histórico.

El punto de engarce, a manera de bisagra que une el primero y el segundo libro, lo constituyen las apariciones de Jesús resucitado, las últimas instrucciones a los discípulos sobre la inminente realización de la Promesa, la donación del Espíritu Santo, la ascensión de Jesús y el regreso de los discípulos a Jerusalén. Todo ello se narra por duplicado al final de Evangelio (Lc 24,13-53) y el principio de Hechos (Hch 1,3-11), con el propósito de poner el fundamento para la misión universal (1,8, cf. Lc 24,47-48).

El símbolo actual del libro, que data de fines del siglo II, no corresponde exactamente a su contenido. "Hechos" presupone que se trata de un libro histórico; "apóstoles" parece indicar que los protagonistas del libro son los Doce, cuando en realidad el único de ellos que juega un papel importante es Pedro, que, junto a Juan, representa a los Doce. En cambio, a partir del capítulo 13, Bernabé y, sobre todo, Pablo, a quienes el autor del libro llama también "apóstoles" (cf. 14,4.14), se convierten en protagonistas de la segunda parte, destinada a narrar las peripecias de la misión encomendada por el Espíritu a la iglesia "cristiana" de Antioquía. Un título como "La expansión universal del evangelio" reflejaría mejor el contenido de la obra.

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