viernes, 4 de febrero de 2011

I. COMPOSICIÓN Y ESTILO.

Para la composición del Evangelio había tenido Lucas predecesores, como indica él mismo en el Prólogo (Lc 1,1-4); no así para Hechos. Para esta obra se sirve del mismo género teológico que había empleado en el Evangelio, pero ampliando el horizonte, para narrar las vicisitudes por las que pasó el mensaje de Jesús hasta encarnarse en una comunidad nueva abierta a todos los hombres. Desgraciadamente no ha tenido continuadores pues los Hechos apócrifos del siglo II no siguen su modelo. Lc traduce en una obra literaria de carácter teológico su persuasión de que la obra iniciada por Jesús continúa y se inserta en la historia de la humanidad.

Asignar a este "segundo libro" un género literario "histórico", distinto del evangelio, topa con serias dificultades y no da razón del proyecto original de Lucas. Los comentaristas se ven obligados a reconocer que el autor deja grandes vacíos entre los episodios que narra, lo mismo en la actividad de Pedro que en la de Pablo; al mismo tiempo polarizan en estos dos grandes personajes la actividad que Lucas no se cansa de atribuir a las comunidades, dejando, por consiguiente, en la sombra a otros personajes de relieve, como Juan, los helenistas, Felipe y Esteban, Bernabé, etc.

En la interpretación historicista, las noticias sobre la comunidad de Jerusalén, aunque repetidas (2,41-47; 4,32-5,16; 6,1-7), resultan más bien escasas; excepto, Pedro, los apóstoles pierden todo protagonismo; apenas se explican los comienzos de la comunidad de Antioquía (11,19-26) ni se dan detalles sobre la persecución levantada por Herodes Agripa (12,1). Se constata, por el contrario, que otros episodios se relatan extensamente, como la doble comparación ante el Consejo judío (4,1-22; 5,17-42=, el episodio de Cornelio, narrado por partida doble (10,1-48; 11,1-18), o el interminable proceso de Pablo, repartido entre Jerusalén (21,27-23,35) y Cesarea (24,1-26,32).

Por otra parte, la lectura de Hechos en clave histórica ha llevado a los autores a postular una serie de fuentes más o menos fragmentarias, en las que el autor se habría inspirado para componer los pasajes narrados en primera persona plural (pasajes en "nosotros"; 11,28, según la recesión occidental; 16,10-17; 20.5-15; 21,1-18; 27,1-28,16), algunos cuadros de la actividad de Pablo en Corinto y en Éfeso (18,1-18; 19,1-41), ciudades donde residió varios años, o para describir minuciosamente los episodios de la cautividad de Pablo tanto en Filipos (16,16-40) como en Roma (28,16-31).

Así mismo, los autores suelen postular dos fuentes de muy diversa índole para la redacción de la primera parte de Hechos: la fuente jerosolimitana-cesarense o recensión A, históricamente verídica, abrazaría 3,1-5,16; 8,5-40; 9,31-11,18; 12,1-23, mientras que la recensión B, de nulo valor histórico, comprendería el texto paralelo de la primera de las cuatro secuencias enumeradas, a saber 2,1-47 y 5,17-42; por otro lado, la fuente antioquenojerosolimitana, verídica también en la mayor parte de las noticias que contiene, abarcaría 6,1-8,4; 11,19-30; 12,25-15,35. Al cambiar el registro de Hechos, situándolo en la misma clave teológica que el Evangelio, se pone en entredicho la cuestión de las fuentes, o por lo menos, fuerza a redimensionar su alcance.

Los discursos que constituyen casi la tercera parte del libro han dado origen a las más variadas hipótesis. Por lo general los autores modernos tienden a considerarlos como obra personal de Lucas. Las semejanzas de vocabulario y estilo avalan esta hipótesis. En esto Lucas seguiría la técnica de los historiadores antiguos. Con todo, se suele afirmar de forma acrítica que los discursos reflejan la teología de Lucas, mismo, incurriendo con ello en verdaderas contradicciones teológicas.

Desde nuestro punto de vista, si bien no dudamos de que todos los discursos fluyen de la pluma de Lucas, disentimos en la cuestión de que éste se identifique con el contenido de cada uno: teniendo presente que Lucas ha propuesto en el primer libro la enseñanza paradigmática de Jesús, al componer los discursos puestos en boca de los más diversos personajes ha intentado reflejar la mentalidad que los inspiraba en el momento de hablar, pero sin asumir necesariamente su contenido.

Se da el caso de que un mismo personaje haga afirmaciones contradictorias, según hable o no inspirado por el Espíritu Santo. Así Pedro en Pentecostés, cuando habla en nombre de los demás apóstoles, después de haberse llenado todos ellos de Espíritu Santo (2,14-40, cf. 2,4); lo mismo en los discursos que pronuncia ante el Consejo judío (4,8b-12), donde se precisa que "se llenó de Espíritu Santo" (4,8a, cf. 4,13) y ante la asamblea de Jerusalén, cuando defiende inspirado por el Espíritu (cf. 15,7a v.1) la causa de los paganos  (15,7b-11). Contrastan con éstos el discurso que dirige al pueblo de Israel en el templo (3,12-26), la defensa que intenta hacer ante el Consejo (5,29-32) o el exordio de la alocución que se aprestaba a dirigir al pagano Cornelio (10, 34-43), pero que el Espíritu Santo interrumpió bajando impetuosamente sobre todos sus oyentes, mostrando así a las claras que no estaba de acuerdo con el planteamiento projudío/exclusivamente de Pedro (10,44; 11,15).

Algo parecido sucede con los demás discursos. Así, la larga invectiva pronunciada por Esteban ante el Consejo viene avalada por la cuádruple comprobación de que estaba "lleno de Espíritu Santo" (6,3.5.8; 7,55; Lucas tiene a bien distinguir entre "llenarse" puntualmente -forma verbal en tiempo aoristo- y estar "lleno" permanentemente -forma verbal adjetival- de Espíritu Santo); en cambio, la triple defensa esgrimida por Pablo ante el pueblo judío en Jerusalén (22,1-21), ante el gobernador romano Félix (24,10-21) y ante el rey judío Agripa de Cesarea (26,1-23), está en abierta contradicción con la repetida advertencia que había hecho Jesús a sus discípulos para el momento en que fueran conducidos ante los tribunales, insistiéndoles en que no prepararan su defensa personal (cf. Lc 12,11 y 21,14); de otro modo, el Espíritu Santo no podría hablar por su boca (12,12 y 21,15) bajo forma de profecía. La apología se puede contradecir y desvirtuar, mientras nadie puede hacer frente a la profecía (cf. 6,10, caso de Esteban).

Junto a los discursos, los sumarios y los colofones constituyen dos piezas muy importantes en el entramado teológico de Lucas. Los autores suelen enumerar tres sumarios, relativos todos ellos a la comunidad de Jerusalén. El primero (2,41-47) no ofrece dificultad, si bien no hay unanimidad en su punto de arranque. El segundo y el tercero no constituyen sino un único sumario, construido en forma de tríptico (4,32-35/4,36-5,11/5,12-16). Un tercer sumario, no reseñado por los críticos, se presenta al término de la fundación de la iglesia de Éfeso: Lucas lo ha compuesto también en forma de tríptico (19,11-12/19,13-16/19,17-19), en paralelo con el segundo.


A lo largo de su obra, Lucas ha intercalado una serie de colofones, destinados, al igual que los que había ofrecido en el Evangelio (Lc 1,80; 2,40.52), a resumir con brevísimos trazos la difusión progresiva del mensaje y el crecimiento de las comunidades (6,7; 12.24-25; 13,49-52; 20,20). A los colofones podrían asimilarse los epílogos de las diversas fases de la misión (14,20b-28; 18,18-23; 28,30-31).

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