miércoles, 9 de febrero de 2011

DISCURSO DE PEDRO CON LOS ONCE. Lc 2,14-40.

      14 Pedro, de pie con los Once, alzó la voz y les dirigió la palabra:
- Judíos y todos los que residís en Jerusalén, enteraos bien de lo que pasa y prestad oídos a mis palabras;
15 porque éstos no están borrachos, como suponéis vosotros; no es más que media mañana.
16 No, está sucediendo lo que dijo el profeta Joel:

              17 Sucederá en los últimos días -dice Dios-
               que derramaré mi Espíritu sobre todo mortal:
               Profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas,
               vuestros jóvenes tendrán visiones
               y vuestros ancianos soñarán sueños;
               18 y sobre mis siervos y mis siervas derramaré mi
               Espíritu en aquellos días y profetizarán.
               19 Haré prodigios arriba en el cielo
               y señales abajo en la tierra:
               sangre, fuego, nubes de humo;
               20 el sol se hará tinieblas
               y la luna se teñirá de sangre,
               antes de que llegue el día del Señor,
               grande y esplendoroso.
               21 Sucederá que cuantos invoquen el nombre
               del Señor se salvarán (Jl 3,1-5).

               22 Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús el Nazoreo, hombre que Dios acreditó ante vosotros, realizando por su medio milagros, prodigios y señales, como vosotros mismos sabéis.
23 A éste, entregado conforme al designio previsto y decretado por Dios, vosotros, por manos de hombres sin ley, lo matasteis en una cruz.
24 Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que ésta lo retuviera bajo su dominio,
25 pues David dice a propósito de él:

                Tengo siempre conmigo al Señor,
                está a mi derecha para que no vacile.
                26 Por eso se me alegra el corazón,
                exulta mi lengua
                e incluso mi carne descansa esperanzada.
                27 Porque no me abandonarás a la muerte
                ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
                28 Me has enseñado senderos de vida
                me saciarás de gozo con tu presencia (Sal 16,8-11).

                29 Hermanos, permitidme deciros con franqueza que el patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy.
30 Pero como era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo,
31 cuando dijo que "no lo abandonaría a la muerte" y que "su carne no conocería la corrupción", hablaba previendo la resurrección del Mesías.
32 Es a este Jesús a quien resucitó Dios, y todos nosotros somos testigos de ello.
33 Exaltado así por la diestra de Dios y recibiendo del Padre el Espíritu Santo prometido, lo ha derramado: esto es lo que vosotros estáis viendo y oyendo.
                  34 Pues no fue David quien subió al cielo, sino que él mismo dice:
                   Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha,
                   35 mientras hago de tus enemigos estrado de tus pies (Sal 110,1).
                   36 Por tanto, entérese bien todo Israel de que Dios ha constituido Señor y Mesías a ese Jesús a quien vosotros crucificasteis.
                   37 Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:
                   -¿Qué tenemos que hacer, hermanos?
                   38 Pedro les contestó:
                   - Arrepentíos, bautizaos cada uno vinculándoos a Jesús Mesías para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo.
39 Porque la Promesa vale para vosotros y para vuestros hijos, así como para todos los extranjeros a quienes llame el Señor Dios nuestro.
                   40 Les urgía además con otras muchas razones y los exhortaba diciendo:
                   - Poneos a salvo de esta generación depravada.

EXPLICACIÓN.

                      14-40; Pedro se dirige tanto a los judíos como a los demás residentes en Jerusalén (14b). Profecía de Joel (Jl 3,1-5), aplicada a "los últimos días" (17a); el Espíritu es patrimonio de la entera humanidad (17b-18); los prodigios cósmicos son una imagen profética para describir un cambio de época; el ocaso de un orden social y el nacimiento de un orden nuevo (19-21, cf. Lc 21,25s).

                     Pedro restringe su auditorio a los judíos (22a). Presenta la figura de Jesús recordando su ascendencia davídica ("Nazoreo") y apelando a sus obras (22b-23). Su resurrección cumplió las promesas hechas a David (24-32). Jesús exaltado, dador del Espíritu (33-35). Pedro afirma que Jesús fue constituido Señor y Mesías después de su muerte (36, pero cf. Lc 9,20).

                    La pregunta que hacen los oyentes es la misma que hizo el pueblo de Israel a Juan Bautista (Lc 3,10) (37). También la respuesta de Pedro coincide en parte con la proclamación de Juan (Lc 3,3). Según Pedro, el bautismo, que incorpora al Israel mesiánico, es condición indispensable para la recepción del Espíritu, don que los ciento veinte han recibido sin necesidad del bautismo y cuya efusión de momento no se comprueba (38s, cf. Lc 3,16). Se conmina al pueblo de Israel a distanciarse de la "generación incrédula" como la del desierto (Dt 32,5) (40, cf. Lc 3,7s).      

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