miércoles, 13 de abril de 2011

TERCERA APOLOGÍA DE PABLO, ANTE EL REY JUDÍO AGRIPA. 2 PARTE. Hch 26,1-23

26            1 Agripa, dirigiéndose a Pablo, le dijo:
                    - Se te permite hablar en tu descargo.
                    Entonces Pablo, extendiendo la mano, empezó su defensa:
                    2 - Me considero dichoso de poder defenderme hoy ante ti, rey Agripa, de todos los cargos que me imputan los judíos,
3 mayormente siendo tú experto en todo lo que a los judíos se refiere, lo mismo en sus costumbres que en sus controversias. Por eso te ruego que me escuches con paciencia.
                    4 Mi vida de joven, que pasé desde un principio entre mi gente y precisamente en la ciudad de Jerusalén, es cosa sabida de todos los judíos.
5 Ellos me conocen desde hace mucho y, si quisieran, podrían atestiguar que viví como fariseo, la secta más estricta de nuestra religión.
6 Ahora estoy aquí procesado por la esperanza en la promesa que Dios hizo a nuestros padres -
7 esa que nuestras doce tribus esperan alcanzar dando culto a Dios asiduamente, día y noche-, de esa esperanza, Majestad, hay judíos que me acusan.
8 ¿Por qué os parece increíble que Dios resucite a los muertos?
                     9 Pues bien, yo pensaba que era mi deber combatir con todos los medios el nombre de Jesús el Nazoreo,
10 y así lo hice en la ciudad de Jerusalén: autorizado por los sumos sacerdotes, metí en la cárcel a muchos de los consagrados y daba mi voto favorable, cuando iban a ajusticiarlos.
11 Repetidas veces, recorriendo todas y cada una de las sinagogas, me ensañaba con ellos intentando forzarlos  a renegar; pero mi furor no conocía fronteras, y me puse a perseguirlos incluso en las ciudades del extranjero.
                      12 En esto, yendo una vez camino de Damasco, con plenos poderes de los sumos sacerdotes,
13 a mediodía, Majestad, vi por el camino una luz venida del cielo, que me envolvía a mí y a mis compañeros de viaje con una claridad más brillante que la del sol.
14 Caímos todos por tierra y oí una voz que me decía en lengua aramea: "Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? Pero para ti si das coces contra la aguijada".
15 Yo pregunté: "¿Quién eres, Señor?" El Señor respondió: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
16 Anda, levántate y ponte en pie: me he aparecido a ti precisamente para elegirte como garante y testigo de lo que has visto y de lo que te haré ver en adelante;
17 te sacaré de manos del pueblo y de los paganos, a quienes yo te envío
18 para que les abras los ojos, a fin de que se vuelvan de las tinieblas a la luz y del dominio de Satanás a Dios; para que, por su adhesión a mí, obtengan el perdón de los pecados y parte en la herencia de los consagrados".
                  19 Así que, rey Agripa, no he sido desobediente a la visión celeste.
20 Al contrario, primero a los de Damasco y a los paganos, les he ido predicando que se arrepientan y se conviertan a Dios, comportándose como corresponde al arrepentimiento.
21 Por este motivo me prendieron los judíos, estando yo en el templo, y trataron de asesinarme;
22 pero, favorecido con la protección de Dios, me he mantenido hasta el día de hoy dando testimonio a pequeños y a grandes, sin añadir nada a lo que dijeron tanto los Profetas como Moisés que se había de realizar:
23 que el Mesías tenía que padecer y que, siendo el primero en resucitar de la muerte, anunciaría un amanecer lo mismo para el pueblo que para los paganos.

EXPLICACIÓN.

1 - 23.        Tras el permiso de Agripa, defensa de Pablo (1). Es su tercera apología (2; gr. apologeisthai, cf. 22,1; 24,10). Considera a Agripa como un experto en las cuestiones que atañen al judaísmo, por su vinculación al mundo judío (3); con todo, su educación romana y sus conexiones con la alta sociedad de Roma lo distancian de los acusadores de Pablo. Éste resume su juventud, pero ya no afirma ser fariseo (cf. 23,6), sino haberlo sido (4s). Todavía, sin embargo, se dice judío (5: "nuestra religión"; 6: "nuestros padres"; 7: "nuestras doce tribus"). Sigue identificando la esperanza con la resurrección de los muertos y presentando el cristianismo como la legítima evolución y culminación de la religión judía (6-8).

                  Por tercera vez (cf. 9,3ss; 22,6ss) aparece el relato de la conversión de Pablo (9-11). Se centra en su diálogo con Jesús y revela haber sido elegido para dar testimonio de su encuentro con él y estar disponible para todo lo que éste le manifieste (12-16). Esto significa que Pablo iba a tener un conocimiento progresivo de Jesús, como se está verificando; los acontecimientos han contribuido a que tome conciencia de su verdadera misión.

                   De hecho, a través de los obstáculos que desde un principio (cf. 22,18) han puesto los judíos a su labor (13,46; 18,6) ha ido comprendiendo que la misión que Jesús le confió era la de los paganos y no la de los judíos (17-18a, cf. 13,47; 22,21). Los paganos, por la sola adhesión a Jesús, tienen paridad de derechos con los judíos (18b: "tener parte en la herencia de los consagrados").


                   A pesar del mensaje de la visión, Pablo justifica aún su actuación anterior, dirigida a judíos y paganos (19s). De hecho, sólo ha ido a estos últimos ante la resistencia de los primeros. Su actividad con los paganos es la que le ha acarreado la hostilidad de los judíos (21, cf. 22,21s). La protección de Dios que lo ha asistido se ha concretado en la de los romanos (22a). Como Jesús había dicho (Lc 24,44.46s), la muerte y la resurrección del Mesías cumplían lo anunciado por los Profetas (Is 42,6; 49,6); la resurrección de Jesús abre un nuevo horizonte para la humanidad entera, sin distinguir entre judíos y paganos (22b-23).

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