El libro de los
Hechos no es una obra aislada, sino la continuación del Evangelio de Lucas, su
segunda parte (Hch 1,1). Con propiedad debería hablarse de "La doble obra
lucana" y, en consecuencia, Hechos debería editarse a renglón seguido del
Evangelio, sin solución de continuidad. Su colocación intermedia entre los
evangelios y las cartas, tanto en las ediciones antiguas como modernas, revela
que desde tiempos muy remotos no se ha comprendido que su género literario era
exactamente el mismo que el del Evangelio, por haberlo considerado sin más como
un libro histórico.
El punto de engarce,
a manera de bisagra que une el primero y el segundo libro, lo constituyen las
apariciones de Jesús resucitado, las últimas instrucciones a los discípulos
sobre la inminente realización de la Promesa, la donación del Espíritu Santo,
la ascensión de Jesús y el regreso de los discípulos a Jerusalén. Todo ello se
narra por duplicado al final de Evangelio (Lc 24,13-53) y el principio de
Hechos (Hch 1,3-11), con el propósito de poner el fundamento para la misión
universal (1,8, cf. Lc 24,47-48).
El símbolo actual del
libro, que data de fines del siglo II, no corresponde exactamente a su
contenido. "Hechos" presupone que se trata de un libro histórico;
"apóstoles" parece indicar que los protagonistas del libro son los
Doce, cuando en realidad el único de ellos que juega un papel importante es
Pedro, que, junto a Juan, representa a los Doce. En cambio, a partir del
capítulo 13, Bernabé y, sobre todo, Pablo, a quienes el autor del libro llama
también "apóstoles" (cf. 14,4.14), se convierten en protagonistas de
la segunda parte, destinada a narrar las peripecias de la misión encomendada
por el Espíritu a la iglesia "cristiana" de Antioquía. Un título como
"La expansión universal del evangelio" reflejaría mejor el contenido
de la obra.
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