Para la composición
del Evangelio había tenido Lucas predecesores, como indica él mismo en el
Prólogo (Lc 1,1-4); no así para Hechos. Para esta obra se sirve del mismo
género teológico que había empleado en el Evangelio, pero ampliando el horizonte,
para narrar las vicisitudes por las que pasó el mensaje de Jesús hasta
encarnarse en una comunidad nueva abierta a todos los hombres. Desgraciadamente
no ha tenido continuadores pues los Hechos apócrifos del siglo II no siguen su
modelo. Lc traduce en una obra literaria de carácter teológico su persuasión de
que la obra iniciada por Jesús continúa y se inserta en la historia de la
humanidad.
Asignar a este
"segundo libro" un género literario "histórico", distinto
del evangelio, topa con serias dificultades y no da razón del proyecto original
de Lucas. Los comentaristas se ven obligados a reconocer que el autor deja
grandes vacíos entre los episodios que narra, lo mismo en la actividad de Pedro
que en la de Pablo; al mismo tiempo polarizan en estos dos grandes personajes
la actividad que Lucas no se cansa de atribuir a las comunidades, dejando, por
consiguiente, en la sombra a otros personajes de relieve, como Juan, los
helenistas, Felipe y Esteban, Bernabé, etc.
En la interpretación
historicista, las noticias sobre la comunidad de Jerusalén, aunque repetidas
(2,41-47; 4,32-5,16; 6,1-7), resultan más bien escasas; excepto, Pedro, los
apóstoles pierden todo protagonismo; apenas se explican los comienzos de la
comunidad de Antioquía (11,19-26) ni se dan detalles sobre la persecución
levantada por Herodes Agripa (12,1). Se constata, por el contrario, que otros
episodios se relatan extensamente, como la doble comparación ante el Consejo
judío (4,1-22; 5,17-42=, el episodio de Cornelio, narrado por partida doble
(10,1-48; 11,1-18), o el interminable proceso de Pablo, repartido entre
Jerusalén (21,27-23,35) y Cesarea (24,1-26,32).
Por otra parte, la
lectura de Hechos en clave histórica ha llevado a los autores a postular una
serie de fuentes más o menos fragmentarias, en las que el autor se habría
inspirado para componer los pasajes narrados en primera persona plural (pasajes
en "nosotros"; 11,28, según la recesión occidental; 16,10-17;
20.5-15; 21,1-18; 27,1-28,16), algunos cuadros de la actividad de Pablo en
Corinto y en Éfeso (18,1-18; 19,1-41), ciudades donde residió varios años, o
para describir minuciosamente los episodios de la cautividad de Pablo tanto en
Filipos (16,16-40) como en Roma (28,16-31).
Así mismo, los
autores suelen postular dos fuentes de muy diversa índole para la redacción de
la primera parte de Hechos: la fuente jerosolimitana-cesarense o recensión A,
históricamente verídica, abrazaría 3,1-5,16; 8,5-40; 9,31-11,18; 12,1-23,
mientras que la recensión B, de nulo valor histórico, comprendería el texto
paralelo de la primera de las cuatro secuencias enumeradas, a saber 2,1-47 y
5,17-42; por otro lado, la fuente antioquenojerosolimitana, verídica también en
la mayor parte de las noticias que contiene, abarcaría 6,1-8,4; 11,19-30;
12,25-15,35. Al cambiar el registro de Hechos, situándolo en la misma clave
teológica que el Evangelio, se pone en entredicho la cuestión de las fuentes, o
por lo menos, fuerza a redimensionar su alcance.
Los discursos que
constituyen casi la tercera parte del libro han dado origen a las más variadas
hipótesis. Por lo general los autores modernos tienden a considerarlos como
obra personal de Lucas. Las semejanzas de vocabulario y estilo avalan esta
hipótesis. En esto Lucas seguiría la técnica de los historiadores antiguos. Con
todo, se suele afirmar de forma acrítica que los discursos reflejan la teología
de Lucas, mismo, incurriendo con ello en verdaderas contradicciones teológicas.
Desde nuestro punto
de vista, si bien no dudamos de que todos los discursos fluyen de la pluma de
Lucas, disentimos en la cuestión de que éste se identifique con el contenido de
cada uno: teniendo presente que Lucas ha propuesto en el primer libro la
enseñanza paradigmática de Jesús, al componer los discursos puestos en boca de
los más diversos personajes ha intentado reflejar la mentalidad que los
inspiraba en el momento de hablar, pero sin asumir necesariamente su contenido.
Se da el caso de que
un mismo personaje haga afirmaciones contradictorias, según hable o no
inspirado por el Espíritu Santo. Así Pedro en Pentecostés, cuando habla en
nombre de los demás apóstoles, después de haberse llenado todos ellos de
Espíritu Santo (2,14-40, cf. 2,4); lo mismo en los discursos que pronuncia ante
el Consejo judío (4,8b-12), donde se precisa que "se llenó de Espíritu
Santo" (4,8a, cf. 4,13) y ante la asamblea de Jerusalén, cuando defiende
inspirado por el Espíritu (cf. 15,7a v.1) la causa de los paganos (15,7b-11). Contrastan con éstos el discurso
que dirige al pueblo de Israel en el templo (3,12-26), la defensa que intenta
hacer ante el Consejo (5,29-32) o el exordio de la alocución que se aprestaba a
dirigir al pagano Cornelio (10, 34-43), pero que el Espíritu Santo interrumpió
bajando impetuosamente sobre todos sus oyentes, mostrando así a las claras que
no estaba de acuerdo con el planteamiento projudío/exclusivamente de Pedro
(10,44; 11,15).
Algo parecido sucede
con los demás discursos. Así, la larga invectiva pronunciada por Esteban ante
el Consejo viene avalada por la cuádruple comprobación de que estaba
"lleno de Espíritu Santo" (6,3.5.8; 7,55; Lucas tiene a bien
distinguir entre "llenarse" puntualmente -forma verbal en tiempo
aoristo- y estar "lleno" permanentemente -forma verbal adjetival- de
Espíritu Santo); en cambio, la triple defensa esgrimida por Pablo ante el
pueblo judío en Jerusalén (22,1-21), ante el gobernador romano Félix (24,10-21)
y ante el rey judío Agripa de Cesarea (26,1-23), está en abierta contradicción
con la repetida advertencia que había hecho Jesús a sus discípulos para el
momento en que fueran conducidos ante los tribunales, insistiéndoles en que no
prepararan su defensa personal (cf. Lc 12,11 y 21,14); de otro modo, el
Espíritu Santo no podría hablar por su boca (12,12 y 21,15) bajo forma de
profecía. La apología se puede contradecir y desvirtuar, mientras nadie puede
hacer frente a la profecía (cf. 6,10, caso de Esteban).
Junto a los
discursos, los sumarios y los colofones constituyen dos piezas muy importantes
en el entramado teológico de Lucas. Los autores suelen enumerar tres sumarios,
relativos todos ellos a la comunidad de Jerusalén. El primero (2,41-47) no
ofrece dificultad, si bien no hay unanimidad en su punto de arranque. El
segundo y el tercero no constituyen sino un único sumario, construido en forma
de tríptico (4,32-35/4,36-5,11/5,12-16). Un tercer sumario, no reseñado por los
críticos, se presenta al término de la fundación de la iglesia de Éfeso: Lucas
lo ha compuesto también en forma de tríptico (19,11-12/19,13-16/19,17-19), en
paralelo con el segundo.
A lo largo de su
obra, Lucas ha intercalado una serie de colofones, destinados, al igual que los
que había ofrecido en el Evangelio (Lc 1,80; 2,40.52), a resumir con brevísimos
trazos la difusión progresiva del mensaje y el crecimiento de las comunidades
(6,7; 12.24-25; 13,49-52; 20,20). A los colofones podrían asimilarse los
epílogos de las diversas fases de la misión (14,20b-28; 18,18-23; 28,30-31).
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