24 En este punto de
su defensa exclamó Festo a voz en cuello:
- ¡Estás loco, Pablo! Tanto
saber te trastorna el juicio.
25 Pablo contestó:
- No estoy loco,
excelentísimo Festo, mis palabras son verdaderas y sensatas.
26 El rey entiende de
estas cuestiones, por eso ante él hablo con franqueza; no puede creer que al
rey se le oculte nada de esto, pues no ha sucedido en un rincón.
27 ¿Das fe a los
Profetas, rey Agripa? Estoy seguro de que sí.
28 Agripa le dijo a Pablo:
- Por poco me convences de
hacerme cristiano.
29 Pablo le contestó:
- Por poco o por mucho,
quisiera Dios que no sólo tú, sino también todos los que hoy me escucháis,
fueran lo mismo que yo soy..., cadenas aparte.
30 Se levantaron entonces
el rey el gobernador, Berenice y los demás participantes en la sesión.
31 Al retirarse
comentaban entre ellos:
- Este hombre no está
haciendo nada que merezca muerte o prisión.
32 Agripa le dijo a Festo:
- Si no fuera porque ha
apelado al César, se podría dejar en libertad a este hombre.
EXPLICACIÓN.
24 - 32. Festo
interrumpe bruscamente a Pablo, tachándolo de loco (24, cf. Lc 23,11). No puede
aceptar la resurrección de Jesús (cf. 25,19). Las tres apologías acaban por
igual en un fracaso (cf. 22,22 y 24,22).
Réplica de Pablo, quien a continuación apela a los conocimientos de
Agripa (25s). La pregunta que formula a éste sobre la fe en los Profetas y la
afirmación que sigue (27: "Estoy seguro de que sí") son una
invitación a hacerse cristiano aceptando a Jesús como Mesías muerto (fracasado
a los ojos del mundo) y resucitado (exaltado por Dios).
La
respuesta de Agripa muestra que éste, aunque de religión judía, comprende y
acepta la existencia del grupo cristiano como diferente de Israel (28, cf.
11,26). Pablo replica declarándose ya solamente cristiano (29: "lo mismo
que yo soy"): una vez que ha apelado al paganismo, Pablo recupera su plena
identidad, que había negado en tres ocasiones (cf. 21,39; 22,3; 23,6).
Tanto
el gobernador romano como el rey judío reconocen la inocencia de Pablo (30s,
cf. Lc 23,14s). Pero Pablo lleva aún las cadenas con las que él mismo se había
atado (20,22) con su decisión de ir a Jerusalén, en lugar de dirigirse
directamente a Roma (19,21); el Espíritu Santo se las había predicho
repetidamente (20,23) y Ágabo lo había confirmado con su gesto profético
(21,11); él mismo se había declarado dispuesto a llevarlas y a morir en
Jerusalén (21,12).
Pablo
había hecho fracasar la conjura de los judíos que lo querían matar en Jerusalén
(23,17); la conjura motivó su marcha a Cesarea, ciudad del César, y, con ello,
el inicio de su éxodo fuera de la institución judía (23,23.31-33). La apelación
al César, Emperador de Roma (25,10s), para evitar el traslado del juicio a
Jerusalén (25,9), en cuyo camino lo acechaban de nuevo los conjurados para
darle muerte (25,3), revoca su primitiva decisión de ir a Jerusalén, antes de
dirigirse a Roma, para enfrentarse con la institución judía (19,21).
La
estancia en Jerusalén ha constituido un fracaso rotundo (cf. 21,36; 22,22;
23,10.12). Con su apelación a los paganos, representados por el
César/Emperador, Pablo se ha situado de nuevo en la ruta del designio divino.
Sólo falta que sea liberado de sus cadenas, materialización de su decisión
equivocada. A Pablo no se le puede dejar en libertad mientras no se desvincule
él mismo de la decisión que lo mantiene ligado al judaísmo y le impide
dirigirse con plena libertad hacia el paganismo (32).
La
citación ante Agripa, rey de los judíos, ha sido redactada en paralelo con la
comparecencia de Jesús ante Herodes (Lc 23,6-12). El contraste más acusado se
manifiesta en el hecho de que Pablo se extienda en palabras de autodefensa
(26,1b-23), mientras que Jesús ante Herodes "no contestó palabra" (Lc
23,9b).
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